La única voz válida, sincera, valiente, que se escuchó el el Centro de Convenciones Cibeles fue la de la señora Luz María Dávila residente de Villas de Salvárcar quien perdiera a sus dos únicos hijos Marcos y José Luis Piña, en la masacre de estudiantes. De ahí en más todo fue aplausos de muchos de los "paleros" asistentes.
A continuación una nota integra de Sandra Rodríguez (El Diario) 12-02-10.
“Discúlpeme, Señor Presidente, pero no le doy la mano porque usted no es mi amigo. Yo no le puedo dar la bienvenida porque para mí usted no es bienvenido... nadie lo es…” Luego de burlar al Estado Mayor Presidencial, así increpó una mujer bajita y de suéter azul al presidente Felipe Calderón y, después, al alcalde y al gobernador, a quienes reclamó: “El Ferriz y el Baeza siempre dicen lo mismo, pero no hacen nada Señor Presidente, y yo no tengo justicia, tengo muertos a mis dos hijos, quiero que se ponga en mi lugar...”
Era Luz María Dávila, la residente de Villas de Salvárcar que perdió a sus dos únicos hijos –Marcos y José Luis Piña, de 19 y 17 años de edad, respectivamente– el sábado 30 de enero.
De frente a Calderón, en el Centro de Convenciones Cibeles, le exigió una disculpa por haberlos llamado pandilleros. “No es justo que mis muchachitos estaban en una fiesta y los mataran; quiero que usted se disculpe por lo que dijo, que eran pandilleros. ¡Es mentira! Uno estaba en la prepa y otro en la UACH; no estaban en la calle, estudiaban y trabajaban”, dijo ante los funcionarios y unas 600 personas presentes en el encuentro de autoridades con representantes de la comunidad juarense.
“Porque aquí hace dos años que se están cometiendo asesinatos, se están cometiendo muchas cosas y nadie hace algo. Y yo sólo quiero que se haga justicia, y no sólo para mis dos niños, sino para todos”, agregó.
Desde su lugar en el presidium, Calderón alcanzó a decirle “por supuesto”, pero la doliente tampoco aceptó eso. “¡No me diga ‘por supuesto’, haga algo! Si a usted le hubieran matado a un hijo, usted debajo de las piedras buscaba al asesino, pero como yo no tengo los recursos, no los puedo buscar...”
El auditorio rompió en aplausos y Luz María Dávila en llanto. Una mujer se paró a consolarla en su camino de regreso al lugar que ocupó desde el principio junto a integrantes de organizaciones, delante de los reporteros.
La intervención de Dávila rompió por completo la ya deteriorada formalidad del encuentro que, durante cuatro horas, sostuvo el presidente de la República con diferentes sectores de la sociedad de Juárez.
Luz María se sentó entonces en una esquina del salón mientras una desconcertada Margarita Zavala de Calderón se paraba de su lugar junto al mandatario para acudir hacia donde estaba la reclamante, rodeada de otras personas y todavía llorando y cubriéndose el rostro con las manos.
La primera dama, ya fuera del presidium y cerca de donde estaba Dávila, dudaba por momentos y sólo alzaba la cabeza para tratar de ver mejor entre la marabunta formada alrededor de la reclamante.
Zavala finalmente se acercó, abrazó a Dávila y habló con ella por minutos. Decenas de reporteros cubrían el momento acercando las grabadoras y las cámaras.
La irrupción de Dávila frente al presidium había caído de sorpresa. El gobernador José Reyes Baeza estaba en el momento culminante de su discurso, diciendo que él era el primer responsable de lo que pasaba en Chihuahua, mientras el secretario de Gobernación, por su parte, salía del salón ante la insistente denuncia de que afuera estaban golpeando a jóvenes en una manifestación.
Dávila había permanecido en silencio por más de una hora y media, acompañada de activistas como la actriz Perla de la Rosa, sentada en uno de los extremos del salón alquilado para el prolongado encuentro.
Sólo al llegar, y ante preguntas de los medios, dijo estar ahí porque no había querido platicar en privado con el presidente en Casa Amiga, porque ella lo esperaba en el parque de Villas de Salvárcar; ahí, dijo, donde habían matado a sus dos hijos.
Al empezar el evento con el discurso del presidente Calderón, Dávila se paró en su lugar y, junto con otras seis mujeres que la acompañaban, le dio la espalda al mandatario durante todo su discurso, el cual empezó relatando lo que había hablado con el resto las familias de las víctimas.
“También les señalé que comprendía perfectamente el malestar, la irritación, la incomprensión que pudieran haber generado las declaraciones que hemos hecho en el primer momento, cuando a pregunta de la prensa le dí cuenta del estado que guardaban las primeras investigaciones y que señalaban, precisamente, el poder, el que las pesquisas llevaban a, según las primeras declaraciones del primer detenido, a una agresión de un grupo criminal hacia otro con el que tenía una rivalidad y que eso llevó, precisamente, a una incomprensión y a una estigmatización”, dijo el mandatario.
“Pero, cualesquiera que hubieran sido el sentido de mis palabras, les dije a aquellos padres de familia que les presentaba y les ofrecía la más sentida de las disculpas, si cualquiera de esas palabras hubiera ofendido a ellos o a la memoria de sus hijos”, agregó.
Nada hizo, sin embargo, que Dávila y el resto de las manifestantes voltearan a escucharlo, ni aun las presiones del personal del Estado Mayor Presidencial que se le acercaban a pedirle que se sentara y a quienes, en todo momento, la mujer les respondió que no se movería.
Las protestantes se sentaron sólo cuando terminó el discurso de Calderón y, una hora y media después, fue cuando Dávila se decidió a increpar directamente al mandatario, justo cuando el público arreciaba sus aplausos para el gobernador José Reyes Baeza.
Después de su intervención y del consuelo ofrecido por diversas funcionarias que se pararon a abrazarla, Dávila decidió salir en silencio del salón, limpiándose las lágrimas.